La familia es la célula madre de una sociedad. Se
constituye en el punto de inicio del proceso de socialización de los niños, los
cuales incorporan progresivamente el conjunto de valores, creencias, hábitos,
usos y costumbres y herramientas de contenido intelectual y emocional que los
prepararán para abordar inteligentemente sus vidas en sociedad, incluidos los
obstáculos que eventualmente se presenten.
La realidad nos muestra que dicha “preparación para el
futuro” rara vez se concreta. El concepto de familia transmitido por nuestros
antepasados fue desgastándose, mutó o sencillamente perdió prestigio. En
consecuencia nos encontramos con que el ideal de familia nuclear funcional expandida, constituida por los roles de
madre y padre y sus hijos, entrelazados en una dinámica interaccional fluida en
cada una de sus líneas de interacción, con canales de comunicación con mínimos
niveles de ruido, el desempeño de roles diferenciado en sus aspectos de
conyugalidad y parentalidad y la ilimitada integración de la familia ampliada
al sistema, todo esto es sólo un ideal. El desgaste progresivo de los
engranajes de esta maquinaria no es otra cosa que el reflejo de la decadencia
social que comenzó a gestarse hace varias décadas. En consecuencia observamos
familias adultas carentes de la suficiente cantidad y calidad de herramientas
necesarias para el abordaje inteligente de la responsabilidad de conducir los
destinos de su grupo familiar, tanto a nivel racional como a nivel emocional.
Esta situación conlleva, tarde o temprano, a la sensación de convivir con un
grupo de personas “extrañas”, en vez de sentirse parte de una familia bien
constituida. En consecuencia aparecen progresivamente los conflictos internos.
Estalla la dinámica conyugal, que conduce en la mayoría de los casos al
divorcio, encontrándonos en el penoso panorama de una familia nuclear disfuncional desmembrada. Aquí es donde intervienen
los mediadores de conflictos familiares. El circuito comunicacional se ha
quebrantado en la línea de interacción conyugal, aunque la problemática radica
en que también se produce la ruptura del canal parental padre-madre. El vano
intento de compensar este rol comunicacional a través de sus hijos, no hace más
que saturar la capacidad de éstos de absorber dicho caudal cargado de emociones
negativas. Esta reacción conciente o inconciente de los padres, altera
profundamente la satisfacción de los intereses de los niños. A esta situación
se le suma el desmembramiento o amputación de los miembros de la familia
ampliada, generándose alianzas y/o sentimientos negativos de odio, elevando los
niveles de stress, principalmente en los niños. Es por ello que el mediador es
el encargado de aceitar (facilitar) los engranajes (componentes humanos) de la maquinaria
familiar afectada. En realidad asiste a las partes para que éstas puedan
visualizar la mejor solución que le devuelva la vida a la familia en su nuevo
formato: la familia nuclear funcional
expandida post-divorcio, en donde si bien se ha disuelto la conyugalidad,
se recupera el esquema comunicacional. La dinámica interaccional radica en la
parentalidad que existirá siempre, restituyéndose así la funcionalidad que
garantiza el desempeño adecuado de roles, el flujo constante y sin sobrecarga
en alguna de sus líneas comunicacionales. De igual forma, la recuperación de la
familia extendida colabora con la ampliación de líneas que favorecerán el
reencauce de energía emocional y que servirán de contención.
Es importante destacar la importancia del proceso de
mediación y el momento de su aplicación en la resolución de conflictos de una
familia determinada. Si el abordaje se concreta en una familia ya transformada, es decir con la participación activa de
nuevos integrantes de la red, como ser nuevas parejas de los padres, ya
instalados en el sistema, ahondará el grado de disfuncionalidad y
desmembramiento del sistema con consecuencias negativas con relación a la
probabilidad de éxito en mediación. Cabe destacar entonces la importancia de la
intervención de un mediador familiar en la etapa previa a la potencial
transformación de la familia durante el proceso de divorcio.
Lo significativo de este punto radica en la
posibilidad de graficar clara y sencillamente el conjunto de alteraciones que
sufre la dinámica familiar en su funcionamiento, caudal movilizado, canales
disponibles y roles desempeñados por sus integrantes. Resalto la visualización
de los daños que se ocasionan sobre la integridad del niño como consecuencia de
la ruptura del canal parental padre-madre. Noto la complejidad de la tarea del
mediador con relación a la facilitación de la apertura (o reapertura) de la
línea interaccional parental (padre-madre) y de la recuperación de la dinámica
de interacción con la familia extendida.
Considero que una adecuada intervención en tiempo y forma garantizara en
gran medida que el sistema familiar intervenido, en proceso de divorcio,
recupere su funcionalidad y su posibilidad de expandirse, lo cual le permitirá
concretar a futuro una adecuada transformación, conservando las características
optimas ya obtenidas durante el proceso de mediación.
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